viernes, 18 de noviembre de 2016

Luis Aragonés y la España de siempre

Estoy a punto de cumplir las dos décadas, por lo que el primer Mundial sobre el que pienso con claridad es el de Alemania 2006. Antes de esa fecha, en mi archivo personal no hay futbolistas que vistan de rojo. Como mucho se cuela alguna imagen de Joaquín centrando en Corea, o de Iñaki Sáez en un banquillo portugués. Pero nada. Esas trazas deslavazadas no contienen secuencias con sentido propio. La selección española empieza para mí en 2006, bajo la batuta de don Luis Aragonés.

De Alemania recuerdo con exactitud dos partidos. El primero, el del debut frente a Ucrania. Victoria por cuatro a cero. Aquella exhibición de fútbol y goles llenó el país de alegría. Alegría en todos los lugares: en casa, en el colegio, en la prensa. Este año sí, decía todo el mundo. Pues este año sí, decía yo también. Y eso que no conocía el no.

El segundo fue el partido en el que íbamos a jubilar a Zidane. España quiso jugar y Francia supo jugar. España quiso decir sí y Francia respondió que no. Derrota contundente, a casa en octavos. Y en casa ya nadie se acordaba del sí. Ni en el colegio, ni en la prensa. Quizás porque habían tenido que tragárselo demasiadas veces. Porque, al fin y al cabo, éramos la España de siempre.

Hasta 2008 pasaron muchas cosas. Aquel fue un bienio de polémica, de vergüenza en Irlanda, de Raúl selección y de Luis vete ya. En el combinado nacional, de puertas para afuera, nada iba bien. La situación no extrañaba a nadie. De una manera o de otra, en la selección siempre habían pasado cosas raras. O eso era lo que decían los mayores.

Pero se acercaba la Eurocopa y la esperanza rebrotó. El final de la fase de clasificación fue magnífico: España contó sus últimos cuatro partidos por victorias.  Además, antes de ir a Austria, se ganó a Francia e Italia. Los jugadores parecía que sonreían y Luis decía que podíamos ganar. Se inventó lo de La Roja para unir a equipo y afición. Los jóvenes creíamos que podíamos ganar; los mayores se ilusionaron en la intimidad. Acostumbrados a las decepciones, no querían esperar nada.

Lo que aconteció en Austria fue maravilloso. La Eurocopa de 2008 fue una oda al fútbol. España se hizo, por fin, con un gran torneo internacional. El combinado español bordó el fútbol a ratos y supo sufrir cuando debía. Para el recuerdo quedarán los penaltis contra Italia, la exhibición en semifinales contra Rusia y el gol de Torres en la final frente a Alemania. Luis lo había hecho: España era campeona. Los jóvenes y los viejos por fin estábamos de acuerdo en decir sí. No fuimos la España de siempre, fuimos La Roja.

Luis dejó la selección, pero su legado permaneció. Para cuando llegó el Mundial de Sudáfrica ya nadie tenía dudas: podíamos ganar. Teníamos un sistema —implantado por Aragonés— y una generación ganadora. Aquella vez sí que estábamos todos convencidos, jóvenes y viejos. Si seguíamos el camino que Luis había construido, íbamos a ganar. Y España ganó. El Mundial. Casi nada.

En 2012 ya nadie cuestionaba a La Roja. Vigente campeona de Europa y del mundo, España estaba ante la oportunidad de hacer lo inimaginable: ganar tres grandes torneos internacionales de forma consecutiva. La selección jugó mal, pero volvió a ganar. En la final, además, otra vez contra Italia, el combinado nacional bordó el fútbol como lo hiciera en Austria. Aquel partido pareció un homenaje a la obra de Luis Aragonés. El fútbol de los bajitos, el del tiki-taka, tomó Ucrania y, con ella, la historia.

Aunque quizás la mejor muestra de la importancia de Luis Aragonés en la historia de La Roja sea el Mundial de Brasil 2014. La selección llegó a la cita lastrada por las lesiones y por la elevada edad de su generación dorada. Pese a ello, España era una de las favoritas a ojos de todo el mundo. Los rivales nos miraban con respeto. Y en las calles, lejos del victimismo de antaño, se respiraba optimismo. Aun sabiendo que la realidad no era la mejor, creíamos. Teníamos fe en La Roja.

El desenlace del campeonato fue fatal para los intereses españoles. La selección cayó humillada y eliminada en primera ronda. La decepción fue terrible. En gran parte, porque consideramos que ese no es el lugar de España. Que La Roja ocupa ya un trono vitalicio entre las grandes. Porque desde que llegó Luis,  el combinado nacional ha ganado tres de los cinco grandes torneos disputados. Porque la España de siempre es la que gana. Porque ahora perder es un accidente. Porque ahora somos grandes. Gracias, Luis.

lunes, 18 de julio de 2016

Madrugadas adultas

Sabes que te haces mayor cuando la vida se pone trascendente. Cuando en la madrugada de un lunes de verano, en vez de discutir por cuánto dinero te dejarías dar por culo, reflexionas sobre tu futuro personal y profesional, si no es todo uno. Cuando ese mismo banco que te acurrucó tantas otras noches en el mar de la felicidad perenne parece hoy una cama de faquir. Por cada preocupación, un pincho. Y así hasta completar un enorme colchón de dudas y temores.

Pixar nunca hará una película sobre estas conversaciones del inicio de la etapa adulta. ¿Quién está dispuesto a pagar por volver a experimentar el paso inevitable a la cotidianidad? ¿A alguien le gusta que le recuerden que la alegría ya sólo la verá desde la ventana de lo ocasional? A gran parte del público, no. La mayoría jamás compraría una entrada para esa sala; ahí está el cine español para demostrarlo. Y menos en este siglo XXI, en el que la flojera intelectual y estética son una pandemia global.

Hace tiempo que el arte perdió su mayúscula en favor de los estampados de Mister Wonderful. La poesía dejó de ser hermética y profunda, para devenir en una sucesión de versos que no precisan de asociación de ideas, sino más bien de éstas. La novela se ha convertido en entretenimiento banal —no por ello ha dejado de retratar la sociedad, lo grave es que lo hace desde la involuntariedad. Y en las discotecas suenan todo el tiempo refritos de las mismas letras aliñadas con Auto-Tune.

La precariedad a la que parece condenada mi vida, y la de todos los que queremos dedicarla a disciplinas que únicamente encuentran sentido en lo intangible, no surge sin embargo como responsabilidad de la crisis estética que nos atañe. La sociedad siempre ha castigado las vidas desordenadas. Pero ocurre que nuestro público cada vez es más reducido y nuestros detractores más poderosos.

Otra vez la luna quiere marcharse antes de que deje de escribir, lo que significa que mañana volveré a no madrugar. Y lo que es peor, cuando me pregunten el motivo, tendré que excusarme. Nadie creerá que de madrugada estuve atendiendo asuntos más importantes que ir al gimnasio a las 10 de la mañana.

lunes, 23 de mayo de 2016

José Tomás no es un torero

Si es usted un empresario taurino y quiere asegurarse el éxito en taquilla, debe echar el resto para conseguir colocar dos palabras en su cartel: José Tomás. Y es que en medio de la áspera crisis que azota a la tauromaquia, ese nombre es capaz de colgar el cartel de “no hay billetes” en 24 horas. ¿Cómo es posible? Por más que se ha intentado, nadie ha logrado dar con la causa exacta de este fenómeno tomasista. Quizás haya que reformular la hipótesis: puede que carezca de lógica medir a José Tomás por los mismos parámetros que a los demás toreros, porque el de Galapagar poco tiene que ver con ellos.

La tauromaquia es un espectáculo que solo encuentra sentido en la frontera entre la vida y la muerte, terreno en el que nace la poesía vivida, una lírica efímera pero intensísima, que dura lo que dura una serie de muletazos. Pese a que existen muchos y variados matadores, pocos son los que encuentran esa exacta parcela entre el asta la muerte y la muleta la vida— que logra acongojar los corazones del público durante el pase y hacerlos vibrar una vez el toro ha embestido la tela roja. José Tomás no solo encuentra ese terreno mágico, sino que va más allá: El Príncipe de Galapagar es el único que torea en el lado de la muerte y casi siempre sale vivo del envite.

Por ese "casi" que acompaña al "siempre" de la frase anterior se han escapado más de veinte cornadas, alguna de ellas gravísimas. La relación de Tomás con la enfermería empezó pronto: en 1996, temporada de su alternativa, sufrió una cogida en Jalisco, México, que le obligó a recibir varias transfusiones sanguíneas. Pero sin duda el percance más crudo lo sufrió en Aguascalientes, también México, en 2010, cuando una cornada gravísima y la falta de medios sanitarios estuvieron a punto de matarlo. Ninguno de estos sucesos pueden ser calificados como extraños cuando se torea tan cerca del pitón como lo hace José Tomás. Y es que ya lo dijo el matador Luis Francisco Esplá, “valor es ponerse donde se pone José Tomás”. Esta afirmación cobró un sentido más amplio si cabe el 15 de junio de 2008, en Madrid, tarde en la que el de Galapagar sumó tantas orejas como cornadas: tres.

Ese “arrimarse” tanto, que se dice en la jerga taurina, es uno de los puntales de la tauromaquia de José Tomás, pero no el único. Lo más característico del estilo de El Príncipe de Galapagar es su quietud. Una vez cita al toro, ya no mueve los pies del albero, es decir, el diestro no modifica su postura hasta que finaliza el pase; el toro, obviamente, sí lo hace. ¿Qué pasa cuando el animal no da otra opción que la de desplazarse? Responde el mismo José Tomás: “Y si en un pase, el toro se te cuela [se dirige al torero en vez de a la muleta], en el siguiente hay que cruzarse más, irse más para adelante”. Ese contraste de movimientos entre un astado de 500kg galopando y un hombre quieto como el granito a pocos centímetros del pitón dota a las faenas de José Tomás de una lírica distinta.

Pero los tendidos no estallan con José Tomás solo por la técnica y por el valor con los que se desenvuelve el madrileño. Lo que de verdad hace especial sus faenas es el silencio de lo místico. Las plazas están llenas cuando J.T. salta al ruedo, pero están llenas de gargantas calladas, que no hablan porque admiran al mito que está pisando la arena, porque esperan algo único, porque quieren disfrutar de alguien irrepetible o por una mezcla de todas las proposiciones anteriores. Lo cierto es que cuando José Tomás torea solo se oyen respiraciones, del toro, del público y del torero; y la voz del de Galapagar citando al astado. Los olés y las palmas enfervorizadas entre series son lo único que rompe por momentos ese pacto de silencio. Así lo definió José Suárez-Inclan: "Se estuvo quieto, pero sobre todo estuvo silencioso. Y ésa es clave fundamental en su toreo: un silencio poético y misterioso, un tanto hermético, más fácil de percibir que de entender".

Del silencio de las plazas al silencio de la vida privada de José Tomás, o viceversa. Porque para el propio matador “se torea como se es”. Y él es un hombre reservado, callado y un tantohuraño. José Tomás torea porque siente que su naturaleza le obliga a hacerlo, pero al diestro madrileño no le gusta todo ese ambiente superfluo y de la farándula que rodea al mundo de la tauromaquia, lo que a menudo le ha granjeado problemas con los medios de comunicación.

La relación de José Tomás con la prensa nunca ha sido buena. El Príncipe de Galapagar, por su carácter introvertido y su extrema protección de la privacidad, no suele ni conceder entrevistas ni aparecer en actos públicos que puedan llamar la atención de los medios. Además, hay otro factor que ha influido en perjuicio de la cordialidad entre J.T. y los periodistas: el madrileño prohíbe las cámaras de televisión en las corridas que lidia, por lo que son contados los festejos televisados en la era digital en los que haya participado el matador. Este hecho, a primera vista anecdótico, es uno de los factores claves en el éxito en taquilla de José Tomás: si quieres ver al mito, tienes que ir a la plaza.

Tampoco provoca José Tomás una simpatía unánime dentro del hermético universo que es la tauromaquia. No son pocas las ocasiones en las que se ha dicho de José Tomás que su actitud va en perjuicio de la Fiesta, pese a ser su principal estrella. O precisamente por eso. Se acusa al diestro madrileño de ser soberbio y egoísta. Esta acusación la han firmado, además de aficionados, periodistas taurinos de renombre, como Antonio Lorca de El País, o incluso empresarios del sector, como Rafael Herrerías, quien le contrató en enero para reaparecer en México.

Se dice que José Tomás es un egoísta porque lidia pocos festejos cada año. De hecho, de 2002 a 2007 estuvo retirado sin mediar explicación. Simplemente decidió no torear. Entre el tejido taurino había la sensación de que J.T. iba a volver, pero ese silencio y esa lejanía del foco mediático hicieron crecer la incertidumbre hasta cotas insospechadas. Su regreso, en Barcelona, su plaza talismán, en el que cortó tres orejas, fue celebradísimo. Sin embargo, la actitud que el diestro tomó desde entonces molestó mucho: José Tomás torea cuando quiere y donde quiere, lo que suele traducirse en pocas corridas. No hay duda de que El Príncipe de Galapagar es el mejor, es distinto, y por eso para los fundamentalistas es un sacrilegio que no se vacíe toreando tanto como el físico le permita en pos de la tauromaquia.

Los críticos de José Tomás le achacan también varias trabas más para la difusión de los toros. El hecho de que el diestro madrileño no deje entrar a las cámaras es para ellos inadmisible. Y hay otro factor: El Príncipe de Galapagar suele elegir plazas pequeñas, de segunda, para torear, lo que se traduce en otra cosa además de en llenos rotundos en plazas de poco aforo. Las ferias grandes se quedan sin ver al mejor torero vivo y, por consiguiente, los toros de mayor trapío, es decir, envergadura y riesgo, caen en manos que nunca son las suyas; JT solo lidia toros de segunda.


El maestro de Galapagar es tratado de soberbio por lo mismo por lo que es endiosado: por ser un torero distinto. José Tomás no reza antes de pisar el albero, sino que apela a su valor, quietud y buen hacer. J.T. tampoco brinda los toros si no lo cree oportuno, esté quién esté en la plaza, como si es el mismo Rey de España. De hecho, no brindar al Rey le ha valido la etiqueta de torero republicano, aunque él nunca lo haya afirmado ni desmentido. Su apoderado declaró al respecto que "a José Tomás le funciona la cabeza y es una persona comprometida con su tiempo".

Buena prueba del compromiso social del que hablaba su apoderado, Salvador Boix, es la Fundación José Tomás. Esta organización benéfica la fundó el torero en 2009 y financia proyectos relacionados principalmente con la educación, la juventud y el deporte, desde novilladas hasta la esponsorización de atletas con problemas de movilidad.

Al matador madrileño se le acusa también de exigir unos emolumentos demasiado elevados, lo que dificulta que los empresarios puedan juntarle en un mismo cartel con otros grandes toreros del momento. En un artículo de El País, en 2008, cifraban sus honorarios por tarde en una horquilla de 250.000 a 400.000 euros. Lo cierto es que es famosa su mala relación con Enrique Ponce, seguramente el otro gran torero de la época junto a El Juli, quien ha compartido terna con J.T. en casi 50 ocasiones.


Ante todas estas afirmaciones, El Príncipe de Galapagar sigue como delante de un toro: quieto, callado y sin rectificar. Él no es como los demás: él es misterio dentro y fuera de la plaza. J.T. es el único capaz de agitarlo todo sin moverse, sin levantar los pies del albero o de su casa. ¿Cómo va a ser José Tomás un torero?

viernes, 12 de febrero de 2016

El tren de las dos Españas

Eran algo más de las nueve de la mañana. Un estudiante barcelonés viajaba sentado en un tren. Iba camino de clase. Estaba en ese trance entre el sueño y la vida en que todo es real pero imperceptible. No sabía cuántas paradas quedaban para la suya; confiaba en su instinto.

Un golpe lo sacó del letargo. Su cabeza había chocado contra el enchufe del tren. Putos trenes nuevos, quién pondría el enchufe a la altura de la sien. Mientras se tocaba la zona dañada en busca de sangre, se percató de algo. Tenía enfrente una metáfora maravillosa.

A la izquierda, el prototipo de mujer independentista de mediana edad. Una señora vestida de Quechua de los pies a la cabeza. Botas de montaña, pantalón de pana, forro polar y chaqueta gruesa. Cabello grisáceo y descuidado. Gafas con cordel. No iba de excursión al monte. Estaba en un tren de la urbe, leyendo y escribiendo whatsapps con un solo dedo. Llevaba en la mochila una chapa de Junts pel sí.

A la derecha, la típica groupie cincuentona de Albert Rivera. Pelo teñido de un rubio sobrio, rostro inundado por el bótox, chaqueta de piel y bolso Louis Vuitton. Una señora que siempre se ruborizó al decir que votaba al Partido Popular y que ahora grita a los cuatro vientos que apoya a Ciudadanos. Porque es derecha igual, pero no huele a moho.

Mientras el estudiante se recreaba imaginando este mismo texto, la realidad superó a la ficción. En un cruce de piernas, la groupie de Ciudadanos posó la suela de su zapato contra el pantalón de la votante de Junts pel sí. Fue sin querer.

           —Lo siento.

           —No passa res.


Hubo una sonrisa por cada lado. Nada más. Porque los bandos no están en las trincheras, sino en los puestos de mando.

viernes, 8 de enero de 2016

Los últimos coletazos de la vida pirata

La vida pirata se acaba. Las dos décadas acechan y las obligaciones también. Las novias y los exámenes y las decisiones importantes se agolpan. El pulso empieza a temblar y a los días ya les faltan horas y a los calendarios semanas. Las noches de fin de semana ya no son lo que eran: ya hay un mañana y un ayer. Todo es más importante, menos divertido.

Pero en el hastío de los alrededores de la madurez todavía puede quedar magia. Un viernes puede escapar de la rutina. Una noche puede ser una noche. Una cerveza pueden ser seis. Un portal puede ser una terraza. Una despedida puede ser un rato divertido.

Porque hay amigos que son amigos por encima del tiempo y del espacio. Que te sacan una sonrisa en medio de la nada. Que pasan de las redes sociales. Que valoran el tiempo cara a cara. Que son amigos de los de verdad.

Por ellos te puedes acostar a las cinco en semana de exámenes. Son el motivo que te lleva a escribir en medio de la madrugada. Son los que te endulzan el alma cuando menos lo esperas. Son los que te hacen olvidar el despertador y las responsabilidades.


Para ellos va esta entrada. Porque Madrid no está tan lejos. Y la libertad tampoco. Viajemos al pasado y al futuro. Y a la Europa del Este. Que somos jóvenes. Que no tenemos trabajo ni hijos. Démosle un puñezato a la realidad. Aunque solo sea una noche al año.