Si es usted un empresario taurino
y quiere asegurarse el éxito en taquilla, debe echar el resto para conseguir
colocar dos palabras en su cartel: José Tomás. Y es que en medio de la áspera
crisis que azota a la tauromaquia, ese nombre es capaz de colgar el cartel de
“no hay billetes” en 24 horas. ¿Cómo es posible? Por más que se ha
intentado, nadie ha logrado dar con la causa exacta de este fenómeno tomasista. Quizás haya que reformular la
hipótesis: puede que carezca de lógica medir a José Tomás por los mismos
parámetros que a los demás toreros, porque el de Galapagar poco tiene que ver
con ellos.
La tauromaquia es un espectáculo
que solo encuentra sentido en la frontera entre la vida y la muerte, terreno en
el que nace la poesía vivida, una lírica efímera pero intensísima, que dura lo
que dura una serie de muletazos. Pese a que existen muchos y variados matadores,
pocos son los que encuentran esa exacta parcela entre el asta —la muerte— y la muleta —la vida— que logra acongojar los corazones del
público durante el pase y hacerlos vibrar una vez el toro ha embestido la tela
roja. José Tomás no solo encuentra ese terreno mágico, sino que va más allá: El Príncipe de Galapagar es el único que
torea en el lado de la muerte y casi siempre sale vivo del envite.
Por ese "casi" que acompaña al "siempre" de la frase anterior se han escapado más de veinte cornadas, alguna de
ellas gravísimas. La relación de Tomás con la enfermería empezó pronto: en
1996, temporada de su alternativa, sufrió una cogida en Jalisco, México, que le
obligó a recibir varias transfusiones sanguíneas. Pero sin duda el percance más
crudo lo sufrió en Aguascalientes, también México, en 2010, cuando una cornada gravísima y la falta de medios sanitarios estuvieron a punto de matarlo. Ninguno de estos sucesos pueden ser calificados como extraños cuando se
torea tan cerca del pitón como lo hace José Tomás. Y es que ya lo dijo el matador Luis
Francisco Esplá, “valor es ponerse donde se pone José Tomás”. Esta afirmación
cobró un sentido más amplio si cabe el 15 de junio de 2008, en Madrid, tarde en
la que el de Galapagar sumó tantas orejas como cornadas: tres.
Ese “arrimarse” tanto, que se
dice en la jerga taurina, es uno de los puntales de la tauromaquia de José
Tomás, pero no el único. Lo más característico del estilo de El Príncipe de Galapagar es su quietud.
Una vez cita al toro, ya no mueve los
pies del albero, es decir, el diestro no modifica su postura hasta que finaliza
el pase; el toro, obviamente, sí lo hace. ¿Qué pasa cuando el animal no da otra
opción que la de desplazarse? Responde el mismo José Tomás: “Y si en un pase,
el toro se te cuela [se dirige al torero en vez de a la muleta], en el
siguiente hay que cruzarse más, irse más para adelante”. Ese contraste de
movimientos entre un astado de 500kg galopando y un hombre quieto como el
granito a pocos centímetros del pitón dota a las faenas de José Tomás de una
lírica distinta.
Pero los tendidos no estallan con
José Tomás solo por la técnica y por el valor con los que se desenvuelve el
madrileño. Lo que de verdad hace especial sus faenas es el silencio de lo
místico. Las plazas están llenas cuando J.T. salta al ruedo, pero están llenas
de gargantas calladas, que no hablan porque admiran al mito que está pisando la
arena, porque esperan algo único, porque quieren disfrutar de alguien
irrepetible o por una mezcla de todas las proposiciones anteriores. Lo cierto
es que cuando José Tomás torea solo se oyen respiraciones, del toro, del
público y del torero; y la voz del de Galapagar citando al astado. Los olés y las palmas enfervorizadas entre series son lo único que rompe por momentos ese pacto de silencio. Así lo definió José Suárez-Inclan: "Se
estuvo quieto, pero sobre todo estuvo silencioso. Y ésa es clave fundamental en
su toreo: un silencio poético y misterioso, un tanto hermético, más fácil de
percibir que de entender".
Del silencio de las plazas al
silencio de la vida privada de José Tomás, o viceversa. Porque para el propio
matador “se torea como se es”. Y él es un hombre reservado, callado y un tantohuraño. José Tomás torea porque siente que su naturaleza le obliga a hacerlo,
pero al diestro madrileño no le gusta todo ese ambiente superfluo y de
la farándula que rodea al mundo de la tauromaquia, lo que a menudo le ha
granjeado problemas con los medios de comunicación.
La relación de José Tomás con la
prensa nunca ha sido buena. El Príncipe
de Galapagar, por su carácter introvertido y su extrema protección de la
privacidad, no suele ni conceder entrevistas ni aparecer en actos públicos que
puedan llamar la atención de los medios. Además, hay otro factor que ha influido en perjuicio
de la cordialidad entre J.T. y los periodistas: el madrileño prohíbe las
cámaras de televisión en las corridas que lidia, por lo que son contados los festejos
televisados en la era digital en los que haya participado el matador. Este hecho, a primera vista
anecdótico, es uno de los factores claves en el éxito en taquilla de José
Tomás: si quieres ver al mito, tienes que ir a la plaza.
Tampoco provoca José Tomás una
simpatía unánime dentro del hermético universo que es la tauromaquia. No son
pocas las ocasiones en las que se ha dicho de José Tomás que su actitud va en
perjuicio de la Fiesta, pese a ser su principal estrella. O precisamente por
eso. Se acusa al diestro madrileño de ser soberbio y egoísta. Esta
acusación la han firmado, además de aficionados, periodistas taurinos de
renombre, como Antonio Lorca de El País, o incluso empresarios del sector, como
Rafael Herrerías, quien le contrató en enero para reaparecer en México.
Se dice que José Tomás es un egoísta
porque lidia pocos festejos cada año. De hecho, de 2002 a 2007 estuvo retirado
sin mediar explicación. Simplemente decidió no torear. Entre el tejido taurino
había la sensación de que J.T. iba a volver, pero ese silencio y esa lejanía
del foco mediático hicieron crecer la incertidumbre hasta cotas insospechadas.
Su regreso, en Barcelona, su plaza talismán, en el que cortó tres orejas, fue celebradísimo. Sin
embargo, la actitud que el diestro tomó desde entonces molestó mucho: José
Tomás torea cuando quiere y donde quiere, lo que suele traducirse en pocas
corridas. No hay duda de que El Príncipe
de Galapagar es el mejor, es distinto, y por eso para los fundamentalistas es
un sacrilegio que no se vacíe toreando tanto como el físico le permita en pos
de la tauromaquia.
Los críticos de José Tomás le
achacan también varias trabas más para la difusión de los toros. El hecho de
que el diestro madrileño no deje entrar a las cámaras es para ellos
inadmisible. Y hay otro factor: El
Príncipe de Galapagar suele elegir plazas pequeñas, de segunda, para torear, lo que se
traduce en otra cosa además de en llenos rotundos en plazas de poco aforo. Las ferias
grandes se quedan sin ver al mejor torero vivo y, por consiguiente, los toros de mayor trapío, es decir, envergadura y riesgo, caen en manos que nunca son las suyas; JT solo lidia toros de segunda.
El maestro de Galapagar es
tratado de soberbio por lo mismo por lo que es endiosado: por ser un torero
distinto. José Tomás no reza antes de pisar el albero, sino que apela a su
valor, quietud y buen hacer. J.T. tampoco brinda los toros si no lo cree
oportuno, esté quién esté en la plaza, como si es el mismo Rey de España. De
hecho, no brindar al Rey le ha valido la etiqueta de torero republicano, aunque él nunca lo haya afirmado ni desmentido. Su apoderado declaró al respecto que "a José Tomás le funciona la cabeza y es una persona comprometida con su tiempo".
Al matador madrileño se le acusa también de exigir unos emolumentos demasiado elevados, lo que dificulta que los empresarios puedan juntarle en un mismo cartel con otros grandes toreros del momento. En un artículo de El País, en 2008, cifraban sus honorarios por tarde en una horquilla de 250.000 a 400.000 euros. Lo cierto es que es famosa su mala relación con Enrique Ponce, seguramente el otro gran torero de la época junto a El Juli, quien ha compartido terna con J.T. en casi 50 ocasiones.
Ante todas estas afirmaciones, El Príncipe de Galapagar sigue como delante de un toro: quieto, callado y sin rectificar. Él no es como los demás: él es misterio dentro y fuera de la plaza. J.T. es el único capaz de agitarlo todo sin moverse, sin levantar los pies del albero o de su casa. ¿Cómo va a ser José Tomás un torero?