lunes, 23 de mayo de 2016

José Tomás no es un torero

Si es usted un empresario taurino y quiere asegurarse el éxito en taquilla, debe echar el resto para conseguir colocar dos palabras en su cartel: José Tomás. Y es que en medio de la áspera crisis que azota a la tauromaquia, ese nombre es capaz de colgar el cartel de “no hay billetes” en 24 horas. ¿Cómo es posible? Por más que se ha intentado, nadie ha logrado dar con la causa exacta de este fenómeno tomasista. Quizás haya que reformular la hipótesis: puede que carezca de lógica medir a José Tomás por los mismos parámetros que a los demás toreros, porque el de Galapagar poco tiene que ver con ellos.

La tauromaquia es un espectáculo que solo encuentra sentido en la frontera entre la vida y la muerte, terreno en el que nace la poesía vivida, una lírica efímera pero intensísima, que dura lo que dura una serie de muletazos. Pese a que existen muchos y variados matadores, pocos son los que encuentran esa exacta parcela entre el asta la muerte y la muleta la vida— que logra acongojar los corazones del público durante el pase y hacerlos vibrar una vez el toro ha embestido la tela roja. José Tomás no solo encuentra ese terreno mágico, sino que va más allá: El Príncipe de Galapagar es el único que torea en el lado de la muerte y casi siempre sale vivo del envite.

Por ese "casi" que acompaña al "siempre" de la frase anterior se han escapado más de veinte cornadas, alguna de ellas gravísimas. La relación de Tomás con la enfermería empezó pronto: en 1996, temporada de su alternativa, sufrió una cogida en Jalisco, México, que le obligó a recibir varias transfusiones sanguíneas. Pero sin duda el percance más crudo lo sufrió en Aguascalientes, también México, en 2010, cuando una cornada gravísima y la falta de medios sanitarios estuvieron a punto de matarlo. Ninguno de estos sucesos pueden ser calificados como extraños cuando se torea tan cerca del pitón como lo hace José Tomás. Y es que ya lo dijo el matador Luis Francisco Esplá, “valor es ponerse donde se pone José Tomás”. Esta afirmación cobró un sentido más amplio si cabe el 15 de junio de 2008, en Madrid, tarde en la que el de Galapagar sumó tantas orejas como cornadas: tres.

Ese “arrimarse” tanto, que se dice en la jerga taurina, es uno de los puntales de la tauromaquia de José Tomás, pero no el único. Lo más característico del estilo de El Príncipe de Galapagar es su quietud. Una vez cita al toro, ya no mueve los pies del albero, es decir, el diestro no modifica su postura hasta que finaliza el pase; el toro, obviamente, sí lo hace. ¿Qué pasa cuando el animal no da otra opción que la de desplazarse? Responde el mismo José Tomás: “Y si en un pase, el toro se te cuela [se dirige al torero en vez de a la muleta], en el siguiente hay que cruzarse más, irse más para adelante”. Ese contraste de movimientos entre un astado de 500kg galopando y un hombre quieto como el granito a pocos centímetros del pitón dota a las faenas de José Tomás de una lírica distinta.

Pero los tendidos no estallan con José Tomás solo por la técnica y por el valor con los que se desenvuelve el madrileño. Lo que de verdad hace especial sus faenas es el silencio de lo místico. Las plazas están llenas cuando J.T. salta al ruedo, pero están llenas de gargantas calladas, que no hablan porque admiran al mito que está pisando la arena, porque esperan algo único, porque quieren disfrutar de alguien irrepetible o por una mezcla de todas las proposiciones anteriores. Lo cierto es que cuando José Tomás torea solo se oyen respiraciones, del toro, del público y del torero; y la voz del de Galapagar citando al astado. Los olés y las palmas enfervorizadas entre series son lo único que rompe por momentos ese pacto de silencio. Así lo definió José Suárez-Inclan: "Se estuvo quieto, pero sobre todo estuvo silencioso. Y ésa es clave fundamental en su toreo: un silencio poético y misterioso, un tanto hermético, más fácil de percibir que de entender".

Del silencio de las plazas al silencio de la vida privada de José Tomás, o viceversa. Porque para el propio matador “se torea como se es”. Y él es un hombre reservado, callado y un tantohuraño. José Tomás torea porque siente que su naturaleza le obliga a hacerlo, pero al diestro madrileño no le gusta todo ese ambiente superfluo y de la farándula que rodea al mundo de la tauromaquia, lo que a menudo le ha granjeado problemas con los medios de comunicación.

La relación de José Tomás con la prensa nunca ha sido buena. El Príncipe de Galapagar, por su carácter introvertido y su extrema protección de la privacidad, no suele ni conceder entrevistas ni aparecer en actos públicos que puedan llamar la atención de los medios. Además, hay otro factor que ha influido en perjuicio de la cordialidad entre J.T. y los periodistas: el madrileño prohíbe las cámaras de televisión en las corridas que lidia, por lo que son contados los festejos televisados en la era digital en los que haya participado el matador. Este hecho, a primera vista anecdótico, es uno de los factores claves en el éxito en taquilla de José Tomás: si quieres ver al mito, tienes que ir a la plaza.

Tampoco provoca José Tomás una simpatía unánime dentro del hermético universo que es la tauromaquia. No son pocas las ocasiones en las que se ha dicho de José Tomás que su actitud va en perjuicio de la Fiesta, pese a ser su principal estrella. O precisamente por eso. Se acusa al diestro madrileño de ser soberbio y egoísta. Esta acusación la han firmado, además de aficionados, periodistas taurinos de renombre, como Antonio Lorca de El País, o incluso empresarios del sector, como Rafael Herrerías, quien le contrató en enero para reaparecer en México.

Se dice que José Tomás es un egoísta porque lidia pocos festejos cada año. De hecho, de 2002 a 2007 estuvo retirado sin mediar explicación. Simplemente decidió no torear. Entre el tejido taurino había la sensación de que J.T. iba a volver, pero ese silencio y esa lejanía del foco mediático hicieron crecer la incertidumbre hasta cotas insospechadas. Su regreso, en Barcelona, su plaza talismán, en el que cortó tres orejas, fue celebradísimo. Sin embargo, la actitud que el diestro tomó desde entonces molestó mucho: José Tomás torea cuando quiere y donde quiere, lo que suele traducirse en pocas corridas. No hay duda de que El Príncipe de Galapagar es el mejor, es distinto, y por eso para los fundamentalistas es un sacrilegio que no se vacíe toreando tanto como el físico le permita en pos de la tauromaquia.

Los críticos de José Tomás le achacan también varias trabas más para la difusión de los toros. El hecho de que el diestro madrileño no deje entrar a las cámaras es para ellos inadmisible. Y hay otro factor: El Príncipe de Galapagar suele elegir plazas pequeñas, de segunda, para torear, lo que se traduce en otra cosa además de en llenos rotundos en plazas de poco aforo. Las ferias grandes se quedan sin ver al mejor torero vivo y, por consiguiente, los toros de mayor trapío, es decir, envergadura y riesgo, caen en manos que nunca son las suyas; JT solo lidia toros de segunda.


El maestro de Galapagar es tratado de soberbio por lo mismo por lo que es endiosado: por ser un torero distinto. José Tomás no reza antes de pisar el albero, sino que apela a su valor, quietud y buen hacer. J.T. tampoco brinda los toros si no lo cree oportuno, esté quién esté en la plaza, como si es el mismo Rey de España. De hecho, no brindar al Rey le ha valido la etiqueta de torero republicano, aunque él nunca lo haya afirmado ni desmentido. Su apoderado declaró al respecto que "a José Tomás le funciona la cabeza y es una persona comprometida con su tiempo".

Buena prueba del compromiso social del que hablaba su apoderado, Salvador Boix, es la Fundación José Tomás. Esta organización benéfica la fundó el torero en 2009 y financia proyectos relacionados principalmente con la educación, la juventud y el deporte, desde novilladas hasta la esponsorización de atletas con problemas de movilidad.

Al matador madrileño se le acusa también de exigir unos emolumentos demasiado elevados, lo que dificulta que los empresarios puedan juntarle en un mismo cartel con otros grandes toreros del momento. En un artículo de El País, en 2008, cifraban sus honorarios por tarde en una horquilla de 250.000 a 400.000 euros. Lo cierto es que es famosa su mala relación con Enrique Ponce, seguramente el otro gran torero de la época junto a El Juli, quien ha compartido terna con J.T. en casi 50 ocasiones.


Ante todas estas afirmaciones, El Príncipe de Galapagar sigue como delante de un toro: quieto, callado y sin rectificar. Él no es como los demás: él es misterio dentro y fuera de la plaza. J.T. es el único capaz de agitarlo todo sin moverse, sin levantar los pies del albero o de su casa. ¿Cómo va a ser José Tomás un torero?