La vida pirata se acaba. Las dos
décadas acechan y las obligaciones también. Las novias y los exámenes y las
decisiones importantes se agolpan. El pulso empieza a temblar y a los días ya
les faltan horas y a los calendarios semanas. Las noches de fin de semana ya no
son lo que eran: ya hay un mañana y un ayer. Todo es más importante, menos
divertido.
Pero en el hastío de los
alrededores de la madurez todavía puede quedar magia. Un viernes puede escapar
de la rutina. Una noche puede ser una noche. Una cerveza pueden ser seis. Un
portal puede ser una terraza. Una despedida puede ser un rato divertido.
Porque hay amigos que son amigos
por encima del tiempo y del espacio. Que te sacan una sonrisa en medio de la
nada. Que pasan de las redes sociales. Que valoran el tiempo cara a cara. Que
son amigos de los de verdad.
Por ellos te puedes acostar a las
cinco en semana de exámenes. Son el motivo que te lleva a escribir en medio de
la madrugada. Son los que te endulzan el alma cuando menos lo esperas. Son los
que te hacen olvidar el despertador y las responsabilidades.
Para ellos va esta entrada.
Porque Madrid no está tan lejos. Y la libertad tampoco. Viajemos al pasado y al
futuro. Y a la Europa del Este. Que somos jóvenes. Que no tenemos trabajo ni
hijos. Démosle un puñezato a la realidad. Aunque solo sea una noche al año.