lunes, 10 de septiembre de 2018

Rutinas sustituidas



Ver a mi alrededor a estudiantes haciendo las maletas para irse de Erasmus me retrotrae un año en el tiempo. Se me hace inevitable recordar esos días previos a coger el avión, cargado de ganas pero sobre todo de miedo.

La última semana antes de marchare la viví con un cosquilleo fastidioso. Sentía auténtico pavor al tener que cambiar una realidad cómoda por una totalmente desconocida. Para muestra, un párrafo que escribí a un día de partir: “Hoy paseaba por la calle Laureà Miró y solo podía pensar en lo conocido que era todo para mí. He pisado muchas veces las baldosas que hoy pisaba. Podía saber por el sol lo cerca que está la muerte del verano. Los rótulos de los comercios se me pegaban al cogote cuando los dejaba atrás, como si de algún modo formaran ya parte de mí. Un escalofrío me ha recorrido de arriba abajo justo antes de poner pie en otra calle. Qué contraste iba a vivir en 24 horas: hoy paseaba por mi ciudad como por el pasillo de casa a la misma hora en la que mañana buscaré unas sábanas en un supermercado que todavía no sé que existe”.

Room 3, Flat 7: lo más parecido que he tenido nunca a una casa propia.

Si hace un año hubiera sabido lo que sé hoy, ese hubiera sido el menor de mis problemas. El supermercado existía. Al Miquel que estaba haciendo la maleta le hubiera dicho lo que todavía nadie: que la verdadera dificultad aparece al volver, al poner de nuevo un pie en tu barrio y sentir que todo está como lo dejaste, excepto tú. Le hubiera explicado que la vida de adulto que se había forjado en Birmingham aquí no le iba a servir para nada, porque su habitación de niño y sus rutinas de adolescente le esperaban como una espada de Damocles.

Volver a hacer lo que hacía antes del Erasmus fue mucho más duro que vaciar una maleta. Adaptarme otra vez a los horarios impuestos, a comer lentejas los martes y pollo los domingos, a tener siempre preparada una explicación; perder la libertad, al fin y al cabo. Nadie está listo para eso una vez la ha disfrutado. Pero la vida sigue, como tantas veces, ajena a nuestra voluntad y poco a poco las rutinas viejas van sepultando las que uno había creado, hasta llegar a sustituirlas. Porque, puedo afirmarlo ya meses después, los hábitos desarrollados en autonomía no se olvidan: se anhelan hasta volver a conseguirla.