Estoy a punto de cumplir las dos
décadas, por lo que el primer Mundial sobre el que pienso con claridad es el de
Alemania 2006. Antes de esa fecha, en mi archivo personal no hay futbolistas
que vistan de rojo. Como mucho se cuela alguna imagen de Joaquín centrando en
Corea, o de Iñaki Sáez en un banquillo portugués. Pero nada. Esas trazas
deslavazadas no contienen secuencias con sentido propio. La selección española
empieza para mí en 2006, bajo la batuta de don Luis Aragonés.
De Alemania recuerdo con
exactitud dos partidos. El primero, el del debut frente a Ucrania. Victoria por
cuatro a cero. Aquella exhibición de fútbol y goles llenó el país de alegría.
Alegría en todos los lugares: en casa, en el colegio, en la prensa. Este año
sí, decía todo el mundo. Pues este año sí, decía yo también. Y eso que no
conocía el no.
El segundo fue el partido en el
que íbamos a jubilar a Zidane. España quiso jugar y Francia supo jugar. España
quiso decir sí y Francia respondió que no. Derrota contundente, a casa en
octavos. Y en casa ya nadie se acordaba del sí. Ni en el colegio, ni en la
prensa. Quizás porque habían tenido que tragárselo demasiadas veces. Porque, al
fin y al cabo, éramos la España de siempre.
Hasta 2008 pasaron muchas cosas.
Aquel fue un bienio de polémica, de vergüenza en Irlanda, de Raúl selección y
de Luis vete ya. En el combinado nacional, de puertas para afuera, nada iba
bien. La situación no extrañaba a nadie. De una manera o de otra, en la selección siempre habían pasado
cosas raras. O eso era lo que decían los mayores.
Pero se acercaba la Eurocopa y la
esperanza rebrotó. El final de la fase de clasificación fue magnífico: España
contó sus últimos cuatro partidos por victorias. Además, antes de ir a Austria, se ganó a
Francia e Italia. Los jugadores parecía que sonreían y Luis decía que podíamos
ganar. Se inventó lo de La Roja para unir a equipo y afición. Los jóvenes
creíamos que podíamos ganar; los mayores se ilusionaron en la intimidad.
Acostumbrados a las decepciones, no querían esperar nada.
Lo que aconteció en Austria fue
maravilloso. La Eurocopa de 2008 fue una oda al fútbol. España se hizo, por
fin, con un gran torneo internacional. El combinado español bordó el fútbol a
ratos y supo sufrir cuando debía. Para el recuerdo quedarán los penaltis contra
Italia, la exhibición en semifinales contra Rusia y el gol de Torres en la final
frente a Alemania. Luis lo había hecho: España era campeona. Los jóvenes y los
viejos por fin estábamos de acuerdo en decir sí. No fuimos la España de
siempre, fuimos La Roja.
Luis dejó la selección, pero su
legado permaneció. Para cuando llegó el Mundial de Sudáfrica ya nadie tenía
dudas: podíamos ganar. Teníamos un sistema —implantado por Aragonés— y una
generación ganadora. Aquella vez sí que estábamos todos convencidos, jóvenes y
viejos. Si seguíamos el camino que Luis había construido, íbamos a ganar. Y
España ganó. El Mundial. Casi nada.
En 2012 ya nadie cuestionaba a La
Roja. Vigente campeona de Europa y del mundo, España estaba ante la oportunidad
de hacer lo inimaginable: ganar tres grandes torneos internacionales de forma
consecutiva. La selección jugó mal, pero volvió a ganar. En la final, además,
otra vez contra Italia, el combinado nacional bordó el fútbol como lo hiciera
en Austria. Aquel partido pareció un homenaje a la obra de Luis Aragonés. El
fútbol de los bajitos, el del tiki-taka,
tomó Ucrania y, con ella, la historia.
Aunque quizás la mejor muestra de
la importancia de Luis Aragonés en la historia de La Roja sea el Mundial de
Brasil 2014. La selección llegó a la cita lastrada por las lesiones y por la elevada
edad de su generación dorada. Pese a ello, España era una de las favoritas a
ojos de todo el mundo. Los rivales nos miraban con respeto. Y en las calles,
lejos del victimismo de antaño, se respiraba optimismo. Aun sabiendo que la
realidad no era la mejor, creíamos. Teníamos fe en La Roja.
El desenlace del campeonato fue
fatal para los intereses españoles. La selección cayó humillada y eliminada en
primera ronda. La decepción fue terrible. En gran parte, porque consideramos
que ese no es el lugar de España. Que La Roja ocupa ya un trono vitalicio entre
las grandes. Porque desde que llegó Luis, el combinado nacional ha ganado tres de los
cinco grandes torneos disputados. Porque la España de siempre es la que gana.
Porque ahora perder es un accidente. Porque ahora somos grandes. Gracias, Luis.