Es domingo y
suena el despertador de Álvaro: llega el momento. Es pronto, muy
pronto, pero no importa. Álvaro lleva esperando desde el jueves este
momento. Se levanta y despierta a su padre para que lo lleve al
partido. Su padre, consciente de la importancia que tiene para su
hijo el encuentro, no tarda en desperezarse y saltar de la cama;
Álvaro no va a llegar tarde.
Cada mañana
de fútbol les gusta desayunar juntos. Comentan algunos aspectos del
partido y lo analizan un poco por encima. Cada vez hablan menos del
encuentro y bromean más: Álvaro ya empieza a tener tablas en esto.
Los nervios de la previa, sin embargo, siguen ahí.
Al subir al
coche todo es silencio. La tensión se empieza a apoderar del
ambiente. Álvaro sólo quiere sumergirse en sí mismo y visualizar
lo que se viene delante. Una vez llegan al campo, su padre sube a la
grada y él baja al vestuario. El momento de cambiarse es especial;
se siente como un torero al enfundarse el traje de luces.
En cuanto
las medias están ajustadas y las botas bien amarradas al pie, Álvaro
camina hacia el terreno de juego para dar inicio al partido. Antes de
salir, eso sí, se mira al espejo de reojo para repasar el uniforme.
Sabe que una vez cruce la puerta le aguardan 45 minutos de intensa
hostilidad.
Tras los
tres pitidos protocolarios que anuncian el entretiempo, Álvaro entra
de nuevo al vestuario. La primera mitad ha ido bien: hay igualdad en
el marcador y no ha habido ninguna jugada peligrosa. Pero no hay que
relajarse: la grada se ha ido revolviendo con el paso de los minutos.
Sin duda, el segundo tiempo no será tranquilo. Álvaro cruza la
puerta de nuevo para librar la última batalla.
El choque
acaba con un empate sin goles. Álvaro, pese a haber estado bien, no
está contento. Se las ha tenido que ver con la grada y con un
entrenador. Insultos, amenazas. Otro domingo de sufrimiento. La
decepción le invade: tantas esperanzas puestas en un partido y se lo
han amargado. Él ha estado bien, joder. O quizás no tanto. Ya duda
de todo. De su actuación, de la condición humana.
La ducha es
un bálsamo para Álvaro. Se queda un rato pensativo bajo el agua
para hacer balance y rebajar tensiones. Una vez más calmado, se
viste y se marcha directo al coche, donde le espera su padre. No
intercambian demasiadas palabras: su padre sabe que está fastidiado.
Cruzan alguna frase de aprobación y poco más. Ambos miran a la
carretera para evitar encontrarse la mirada.
Al abrir la
puerta de casa, su madre se acerca al recibidor. Está nerviosa por
saber como se ha dado la mañana. Álvaro contesta con evasivas. Ella
no pregunta más. En fin, ya sabe lo que significa tener un hijo
árbitro.
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