miércoles, 15 de abril de 2020

El cuarto mundial de Freire

Alguna vez leí -que me perdone el autor, porque no lo recuerdo- que la gente, cuando se ve acuciada por la muerte, quiere volver a hacer lo que ya hizo. Nada de vueltas al mundo, nada de revelaciones. Quiere disfrutar de lo que es con total seguridad disfrutable. Placeres que ya conoce. No creo que me mate el coronavirus, pero esta cuarentena, queriendo y sin querer, yo también estoy buscando la alegría en lo que ya me la dio.

Compré tres libros previendo el encierro y no los he tocado, sino que me estoy dedicando a releer trozos de los clásicos particulares que traje a México conmigo. Pero hasta en eso mentiría: mi actividad predilecta en estos días, más allá del trabajo, no es la lectura, sino que me ha dado por jugar con fervor adolescente al FIFA y, sobre todo, por ver repetidas etapas de ciclismo.

Qué cosa más tonta, lo del ciclismo. La lentitud aparente de ver una ruta de señores en bicicleta da la oportunidad de acordarse a la perfección de lo que uno hacía la primera vez que vio a esos señores por esa ruta. Se me activan ante el reproductor de Youtube todos los sensores de la infancia, que como dijo Cuartango es la patria del hombre, y siento lo mismo que aquellas tardes en las que se me pegaban las piernas al sofá.

He vuelto a ver estas semanas mucho Tour y muchas clásicas, principalmente las victorias de Contador y de Óscar Freire. No recordaba yo la calidad de Freire en la primavera, pero no podré olvidar nunca el cuarto mundial que no ganó ningún otoño.

Al caer cada mes de septiembre, mi padre se me acercaba exhultante al mediodía de un domingo y me hacía su anuncio anual: Miquel, ven aquí que hoy vemos a Freire ganar el cuarto mundial. A mi hermano y a mi madre les fastidiaba oírlo, porque ese día se quedaban unas cuantas horas sin televisión en el salón.

Lo cierto es que Freire se retiró con los tres mundiales que ya tenía cuando yo empecé a entender las carreras, y si le recuerdo con tanto cariño es precisamente porque no consiguió cerrar el póker ante mis ojos. De alguna manera, la ilusión porque lo hiciera era mayor a la alegría de que lo hubiera hecho. Esa expectativa se renovaba y crecía cada año, acarreando también un claro refuerzo de la relación paternofilial.

A su modo, en este periodo de confinamiento me siento como aquellos días en los que Óscar Freire se jugaba el campeonato del mundo. Mi motor es la hipótesis. No haré nada memorable en el encierro, no cocinaré un pastel ni escribiré un libro, pero me sirve con regocijarme en lo que podría hacer y no estoy haciendo. La sola expectativa me da vida.

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